lunes, 16 de junio de 2014

Capítulo 1 de "Un Lago Místico"

A disfrutar de la lectura.
Y espero que también de esta historia.





1



Faltaba un mes para que Cintia cumpliera dieciocho años. El momento más importante en la vida de cualquier bruja ya que su poder interior se manifestaba y con ello pasaba a ser una bruja verdadera y completa, capaz de realizar con éxito cualquier hechizo que hubiera aprendido en sus años de estudio.

También era importante para la familia de Cintia y Valeria, porque en la ceremonia de transición era cuando otro miembro de la comunidad podía pedir su mano, uniendo así dos familias para siempre.

La corta edad de la joven no era impedimento para que se le concertara un matrimonio, ya que eran las familias de ambos brujos quienes decidían a qué edad les permitirían llevar a cabo el enlace.

Cintia estaba muy emocionada, pero su hermana estaba más bien enfadada por todo el revuelo que causaba el evento.

Hacía más de dos años que le había tocado a ella vivir su transición, la cual realizó perfectamente. Pero Valeria no quería casarse porque pensaba que en el siglo veintiuno, un matrimonio concertado era algo pasado de moda. Aún así, no podía faltar a la tradición, sería una falta de respeto a los ancianos Maestros y eso bien podía ser motivo para su expulsión de Valle Azul.

El joven apuesto que había pedido su mano no era lo que ella consideraba “un buen partido” como aseguraban sus padres. Si bien se conocían desde niños, Bruno era algo inmaduro para su edad, según ella.

Tenía ya veinticuatro años, cuatro más que Valeria, pero nunca habían congeniado demasiado, él se pasaba el día entre libros y a ella le atraía más estar al aire libre, le encantaba la jardinería y poseía un gran huerto donde cultivar todo tipo de plantas exóticas con las que realizar hechizos.

Deseaba tener una tienda donde vender las más exclusivas plantas que poseía y también las cremas, lociones y perfumes que hacía ella misma.

Estaba segura de que con la ayuda de sus padres, encontraría el lugar adecuado en la ciudad, donde hacer realidad su sueño.

Llegó el día de la ceremonia de transición de Cintia. Ella no paraba de sonreír y de saltar como una niña pequeña. Valeria pensaba que estaba insoportable y le pidió una y otra vez que dejara de comportarse como un bebé.

—Eres una aguafiestas Val, cállate de una vez y déjame disfrutar de mi momento —dijo Cintia a la vez que se ajustaba la pulsera que llevaba en su mano izquierda—. Hoy se hará realidad mi sueño y nadie me lo va a estropear, ¿entendido?

Valeria soltó un bufido, bastante molesta por la actitud de su hermana, y salió de la casa a respirar aire fresco. Estaba bastante oscuro, ya que la ceremonia de transición tenía que celebrarse cuando diera la media noche.

Notó algo raro, como una presencia no muy lejos de donde estaba. Miró a un lado y a otro pero no vio nada más que casas y algún que otro animal callejero.

Formuló un hechizo sin necesidad de usar su varita mágica -había aprendido a hacerlo sin demasiado esfuerzo- y alguien salió volando hasta quedar en el suelo frente a ella.

Se sorprendió mucho cuando vio a Tobías boca abajo en la acera. Levantó la cara hacia ella, la miró confuso y algo avergonzado.

—¿Por qué has hecho eso? —preguntó nervioso.

—Lo siento, es que noté algo y me puse nerviosa —contestó ella.

—Sí, es que yo…

Valeria esperaba paciente a que diera una explicación, pero estaba nervioso y no conseguía dar con las palabras, o no quería que ella supiera el motivo que lo había llevado hasta allí, no estaba segura.

Tampoco le dio mayor importancia. Se quedó embobada mirando su precioso pelo rubio y sus ojos color miel. Sin duda para ella era el chico más apuesto que jamás había visto. Era amable, guapo, inteligente y siempre era atento con ella.

Cierto que nunca habían llegado a ser íntimos amigos, más bien parecía que mostraba cortesía cuando trataba con Valeria, pero a ella le hacía feliz el solo hecho de tenerle cerca, lo demás no tenía mayor importancia.
En secreto esperó que Tobías pidiera su mano cuando se celebró la ceremonia de su transición, y se quedó tan desolada y triste cuando ni siquiera le vio junto a los demás brujos, que casi había dejado de hablarle. Al menos no como siempre, ya que estaba profundamente enamorada de él, y se sintió molesta por su ausencia.

Tras saber que nunca iba a poder estar con él, al comprometerse con Bruno, algo cambió en su interior. Se volvió más distante con todos; y no era la desesperación lo único que la hizo querer aislarse del mundo, sino el saber que algún día, él llegaría a casarse con otra mujer y esa mujer jamás sería ella.

—Deberías ir a casa —le dijo ella—, ¿o es que vas a asistir a la ceremonia?

—Sí, claro que iré —respondió entusiasmado.

—Ya —Valeria se enfureció—. A la mía no asististe. ¿Por qué vas a ir hoy?

—Creí que lo sabías, mi madre se puso enferma aquella noche y no pude ir, aunque me hubiera gustado. Bueno será mejor que me vaya, queda muy poco para que empiece. Nos vemos allí.

—Vale —respondió ella. Vio como Tobías se alejaba deprisa.

Se quedó un poco extrañada, no había respondido a su pregunta y salió corriendo como si la estuviera evitando. No sabía qué pensar.

Dio media vuelta y encontró a su hermana saliendo por la puerta trasera, tenía la cabeza asomada y se encontraba en la parte posterior de la casa. Cuando la vio se metió dentro y después no quiso decirle a su hermana qué estaba haciendo allí.

No tenía ni idea qué le pasaba a su hermana Cintia, pero tenía clara una cosa: se comportaba de un modo extraño.

El ritual había comenzado. Los Maestros y todos aquellos brujos que conocían el cántico tradicional de las ceremonias, lo entonaron con voz baja.

Cintia estaba de rodillas junto a una fuente, llamada Fuente del Poder, que se construyó en el mismo lugar donde se reunieron Los Maestros para realizar el conjuro que creó Valle Azul. El agua que corría por ella, no era otra que la que contenía el Lago Místico. Por ese motivo se encontraba lejos, en un sitio apartado donde sus guardianes (pequeñas hadas azules, apenas visibles por su tamaño), velaban por ella.

Todos los presentes llevaban puesta una capa de color azul marino mientras que la de Cintia era blanca.

El más anciano de Los Maestros, llamado Néstor, se separó de los otros tres y se acercó hasta la joven. Cintia levantó la mirada y se puso en pie, entonces él le puso alrededor de su cuello una fina cadena, era de un color dorado oscuro y llevaba un colgante con forma ovalada, una piedra de color ámbar brillaba de forma tenue en el momento en que el anciano se apartó de ella.

El obsequio servía para proteger a los brujos del poder oscuro, si algún brujo atentaba contra otro, el colgante actuaba para defenderse de ese ataque. También tenía como fin canalizar el poder de la joven en cuanto lo tocara con sus manos.

Los Maestros le indicaron el momento exacto en que tenía que hacerlo y ella obedeció sin cuestionar, sin miedo.

Una brillante luz dorada la rodeaba, Cintia solo tenía que permanecer inmóvil mientras el poder se manifestaba y todos los brujos presentes que quisieran hacerlo, entonaban el cántico que despertaba a sus ancestros para ayudar a la joven a pasar su transición.

Los guardianes del agua de la Fuente del Poder y del Lago brillaron entonces con un color azul claro, casi blanco. Esas pequeñas hadas se acercaron a Cintia y echaron una gota del agua en el colgante que ella sostenía con sus manos. Siete en total.

La piedra entonces cambió de color, se fue modificando hasta que quedó de color blanco.

Poco a poco las voces se fueron apagando. Los Maestros se acercaron a Cintia para felicitarla, al igual que su familia.

—¿Cómo te sientes? —preguntó su madre.

—Un poco cansada, pero bien —contestó Cintia sonriendo.

—Me alegro cariño, lo has hecho de maravilla —dijo su padre.

Los abrazos y felicitaciones se interrumpieron cuando tres jóvenes se acercaron a la familia: era el momento que toda joven bruja esperaba con ilusión. Los brujos ahora pedirían su mano.

Cristóbal y Fernando eran dos chicos de veintitrés y veinticinco años, respetables y bien considerados por Los Maestros y la comunidad; tenían muchas opciones para ser aceptados por la familia de Cintia y Valeria, pero la más joven de las hermanas solo tenía ojos para el tercer joven dispuesto a ser parte de su familia. Y no era otro que Tobías.

Cintia estaba radiante de felicidad y sus padres no pusieron impedimentos para que fuera el elegido: era encantador y siempre se había relacionado con sus hijas. Nunca habían visto un comportamiento inadecuado en esa amistad y ya que veían que su hija menor sentía inclinación hacia el más joven de los pretendientes, con veinte años ya había sido el preferido por todos salvo por una persona.

Abatida y sin saber muy bien qué podía hacer. Valeria caminó junto a su familia, tras despedirse de los brujos congregados en la ceremonia, hacia su casa.

Se sentía desolada, su mundo entero se venía abajo delante de ella sin que pudiera hacer nada. Sabía perfectamente que jamás podría estar con él, ya que no estaba permitido romper una promesa como era un compromiso, pero no soportaba saber que Tobías, del que estaba enamorada en secreto, pertenecería a su familia como su futuro cuñado.

—¿Te ocurre algo Valeria? —preguntó su padre.

—Nada —contestó enfadada.

—Parece que no supieras sonreír hermanita —dijo Cintia.

—Déjame en paz mocosa.

—Eres una borde, si solo soy dos años menor que tú. Además acabo de pasar mi transición, ¿o no te has dado cuenta?

—Eso no te convierte en una persona madura —se burló Valeria.

—Eres una amargada Val, me dejas en paz y te vas con tu mal humor lejos de mí —dijo Cintia.

—Dejadlo ya, chicas —las regañó su madre con una voz que no daba pie a queja alguna.

No podía soportarlo más, Valeria salió corriendo a casa. Las lágrimas brotaban de sus ojos y así fue hasta que se quedó dormida.


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